EL PEZ TROMPETA
(Esta seductora fábula está dedicada a todas aquellas personas
que con tenacidad y voluntad de hierro
son capaces de superar cualquier adversidad
por terrible que sea.
Con afecto, mi admiración y mi respeto más sinceros.
¡¡Bravo por ellos!!)
Érase una vez un pececillo enamorado de la música. De muy chico le hicieron un regalo fantástico: una cajita fascinante que al abrirla... oooh maravilla... deleitaba sus oídos con una melodía mágica. Este pececillo feliz y contento, siempre contaba a sus amigos que él, de mayor, tocaría el piano y daría conciertos en las salas más importantes del mundo. Pero mira por donde, cada vez que pedía a sus padres que lo llevaran a estudiar piano con un maestro, ellos le decían:
–Hijo mío, pero ¿cómo
quieres tocar el piano? No tienes ni dedos ni manos, ni brazos ni pies. ¿Cómo
harás sonar las teclas?
Entonces él,
muy afligido, se escondía y se pasaba horas y horas escuchando su cajita de
música. Tan grande era su pesar, que incluso, algunas veces, tuvo la impresión que
la música de su cajita se había vuelto triste y que también lloraba apenada por
él.
Decidido
a poner remedio a su congoja un día se escapó de su hogar. Y se marchó lejos,
muy lejos hacia mares muy lejanos. Quería descubrir el mundo: alguien le había comentado
que había otros peces con problemas similares al suyo y quería saber qué habían
hecho para superarlos. Cuando ya se encontraba muy lejos de su casa se asustó:
estaba en una zona desconocida donde el agua del mar era muy fría, oscura y
profunda. De repente... un tiburón huraño se cruzó en su camino… Su temible
dentadura presagiaba lo peor. El escualo le miró entre curioso e irritado y con
voz hosca y grave le espetó:
–¿Cómo tu por aquí, zagal? ¿Qué se te ha
perdido en el mar profundo?
Con un hilo de
voz, temeroso y apenado, nuestro amigo le explicó su cuita.
–Quiero ser pianista.
–Ja, ja, ja, ja... –rió sin compasión el tiburón–, pero si no tienes manos, zagal, ¡no te das cuenta que nunca
podrás tocar el instrumento!
Entonces
nuestro amigo rompió a llorar desconsoladamente hasta el punto de enternecer el
duro corazón del tiburón ceñudo. Modulando la voz y con suma delicadeza, éste
le dijo:
–Ve a los mares
cálidos del sur y pregunta por el pez luna o por el pez martillo. Diles que vienes de mi parte. Ellos pueden ayudarte. Uno
quería ser astronauta y el otro carpintero. Que te cuenten qué hicieron para poner
solución a sus problemas.
Ilusionado
otra vez, nuestro amigo el pececillo enfiló hacia los mares cálidos del sur. Al
llegar a ellos, se cruzó con un caballito de mar que le contó la historia del
pez martillo.
–Le pasaba algo
parecido a lo tuyo. ¿Cómo ser carpintero sin manos? Pero encontró un remedio
muy original: se puso un martillo en la nariz y ahora sí… ahora ya podía clavar
tablas y tablones.
–¡Que bien! –pensó el pececillo con admiración–. ¿Y la
historia del pez luna? –preguntó.
El caballito le
dijo:
–El pez luna
quería ser astronauta y viajar hacia otras galaxias, pero como no había forma
de salir del mar y aún menos de volar por
el cielo infinito se le ocurrió una solución genial: ¡instalar una luna en la
nariz!
Una
vez conocidas estas historias, nuestro pequeño amigo el pez empezó a valorar la
posibilidad de ponerse un instrumento en la nariz.
–Un violín sería
muy bonito pero sin manos… me pasaría como con el piano ¡no podría usar el arco!
¡¡Descartado!! Un tambor sería divertidísimo pero... pensándolo bien, el dolor
de cabeza sería insoportable...
De repente...
–¡Ya está! ¡Ya lo tengo! ¡Una trompeta! ¡Una
maravillosa trompeta que podré soplar sin manos! ¡Fabuloso! ¡Genial!
Y ahí le tenéis, y cualquier día de estos le
vais a ver dando un concierto en vuestra playa porque ahora nuestro pececillo es
un músico muy famoso y en todas las playas del mundo desean contar con él. Por
cierto, este sábado toca en la playa del faro.
Lluís
M. Bosch i Daniel
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