diumenge, 4 de febrer del 2018


EL  PEZ  TROMPETA

(Esta seductora fábula está dedicada a todas aquellas personas
 que con tenacidad y voluntad de hierro
 son capaces de superar cualquier adversidad por terrible que sea.
Con afecto, mi admiración y mi respeto más sinceros.
¡¡Bravo por ellos!!)

           
Érase una vez un pececillo enamorado de la música. De muy chico le hicieron un regalo fantástico: una cajita fascinante que al abrirla... oooh maravilla... deleitaba sus oídos con una melodía mágica. Este pececillo feliz y contento, siempre contaba a sus amigos que él, de mayor, tocaría el piano y daría conciertos en las salas más importantes del mundo. Pero mira por donde, cada vez que pedía a sus padres que lo llevaran a estudiar piano con un maestro, ellos le decían:
Hijo mío, pero ¿cómo quieres tocar el piano? No tienes ni dedos ni manos, ni brazos ni pies. ¿Cómo harás sonar las teclas?
 Entonces él, muy afligido, se escondía y se pasaba horas y horas escuchando su cajita de música. Tan grande era su pesar, que incluso, algunas veces, tuvo la impresión que la música de su cajita se había vuelto triste y que también lloraba apenada por él.
            Decidido a poner remedio a su congoja un día se escapó de su hogar. Y se marchó lejos, muy lejos hacia mares muy lejanos. Quería descubrir el mundo: alguien le había comentado que había otros peces con problemas similares al suyo y quería saber qué habían hecho para superarlos. Cuando ya se encontraba muy lejos de su casa se asustó: estaba en una zona desconocida donde el agua del mar era muy fría, oscura y profunda. De repente... un tiburón huraño se cruzó en su camino… Su temible dentadura presagiaba lo peor. El escualo le miró entre curioso e irritado y con voz hosca y grave le espetó:
¿Cómo tu por aquí, zagal? ¿Qué se te ha perdido en el mar profundo?
Con un hilo de voz, temeroso y apenado, nuestro amigo le explicó su cuita.
            Quiero ser pianista.
Ja, ja, ja, ja... rió sin compasión el tiburón–, pero si no tienes manos, zagal, ¡no te das cuenta que nunca podrás tocar el instrumento!
Entonces nuestro amigo rompió a llorar desconsoladamente hasta el punto de enternecer el duro corazón del tiburón ceñudo. Modulando la voz y con suma delicadeza, éste le dijo:
Ve a los mares cálidos del sur y pregunta  por el pez luna o por el pez martillo. Diles que vienes de mi parte. Ellos pueden ayudarte. Uno quería ser astronauta y el otro carpintero. Que te cuenten qué hicieron para poner solución a sus problemas.
            Ilusionado otra vez, nuestro amigo el pececillo enfiló hacia los mares cálidos del sur. Al llegar a ellos, se cruzó con un caballito de mar que le contó la historia del pez martillo.
Le pasaba algo parecido a lo tuyo. ¿Cómo ser carpintero sin manos? Pero encontró un remedio muy original: se puso un martillo en la nariz y ahora sí… ahora ya podía clavar tablas y tablones.
¡Que bien! pensó el pececillo con admiración. ¿Y la historia del pez luna? preguntó.
El caballito le dijo:
El pez luna quería ser astronauta y viajar hacia otras galaxias, pero como no había forma de  salir del mar y aún menos de volar por el cielo infinito se le ocurrió una solución genial: ¡instalar una luna en la nariz!
            Una vez conocidas estas historias, nuestro pequeño amigo el pez empezó a valorar la posibilidad de ponerse un instrumento en la nariz.
Un violín sería muy bonito pero sin manos… me pasaría como con el piano ¡no podría usar el arco! ¡¡Descartado!! Un tambor sería divertidísimo pero... pensándolo bien, el dolor de cabeza sería insoportable...
De repente...
¡Ya está! ¡Ya lo tengo! ¡Una trompeta! ¡Una maravillosa trompeta que podré soplar sin manos! ¡Fabuloso! ¡Genial!
 Y ahí le tenéis, y cualquier día de estos le vais a ver dando un concierto en vuestra playa porque ahora nuestro pececillo es un músico muy famoso y en todas las playas del mundo desean contar con él. Por cierto, este sábado toca en la playa del faro.

Lluís M. Bosch i Daniel





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